En el círculo de conductores de transporte de carga, surgió el rumor de que en Estados Unidos las empresas estaban experimentando una escasez desesperada de conductores de camiones, y Jorge Oliva vio una oportunidad. Estaba cansado de las difíciles condiciones a las que se enfrentaba en las carreteras de México, con jornadas laborales sin límites, pagos insuficientes que no compensaban los riesgos y la creciente inseguridad en las carreteras federales y autopistas de cuota.
“Antes nada más te quitaban el tráiler, pero ahora te matan y te torturan”, advertía uno de sus compañeros que hacía eco a lo que decía por aquí y por allá, desde Chiapas hasta Chihuahua. Las noticias se tornaron cada vez más rojas sobre la manera como terminan las vidas de algunos desafortunados colegas.
Oriundo de Nuevo Laredo, Olivo, de 47 años, empezó a rodar en las carreteras debido a la curiosidad de conocer otros lugares. Nadie en su familia había sido chofer de carga y a él le parecía extraordinario: no tenía horarios de entrada ni salida, y se le ofrecía una oportunidad de conocer México a finales de los años noventa. “En una época bien bonita, cuando no te mataban por puro gusto”.
Poco a poco, ya en tiempos recientes, conoció a los amigos de oficio que lo animaron a empezar a mirar hacia el norte. “Allá se pelean por uno”, le dijeron sobre la alta demanda de transportistas.